CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO
“Habemus Parroquia”
Antes del Decreto 137 de diciembre de 1979, los padres Agustinos del Seminario de La Linda celebraban la Liturgia en los terrenos de la actual jurisdicción de esta Parroquia, según nos cuenta una testigo fiel de nuestra vida parroquial; se trata de doña Aracelly Soto quien, con su apostolado social merece nuestro aplauso sincero y una página especial en esta historia. A la entrada del núcleo uno de la célula trece, se ubicaba una mesa y allí se celebraba la sagrada Liturgia, y en un apartamento del mismo edificio, precisamente residencia de la dama en mención, en una de las habitaciones se improvisaba el sitio para el confesionario.
Según el Decreto citado, en diciembre de 1979 comenzó la vida parroquial de Villa Pilar.
El doctor Ramón Correa Jaramillo, feligrés de la nueva Parroquia, era el auditor en el Instituto de Crédito Territorial y, sin necesidad de mucho discurso, solicitó del gerente de esta entidad -“devoto” de Nuestra Señora del Pilar- el lote para la construcción del templo. Y el sitio fue señalado.
Mientras tanto, continuaba la celebración de la santa Misa en sitios diferentes; ya mencionamos lo que fue la primera Misa de nuestra vida parroquial, al referirnos a la breve estadía de Monseñor Duván Isaza, cuando llamó al doctor Ramón y le sugirió una mesa a la entrada de su bloque correspondiente a la célula cuatro, núcleo uno.
Sabemos de la calle 10B, carrera 4a, en donde actualmente existe un supermercado; antes era una droguería. En esa esquina, sin problema de ninguna naturaleza, se oficiaba l;i Liturgia; era como Misa Campal.
Y así continuó nuestra incipiente Parroquia. Cuando el párroco no podía asistir, recurría al doctor Ramón para que le consiguiera el remplazo; a veces asistía Monseñor Mario Isaza, Vicario General; otras veces el padre Cosme Cañas; en fin, hasta un regaño se ganó el doctor Correa:
-¡Deje esa gestión al párroco! ¡Es él quien debe buscar la solución y no usted! -le respondió un sacerdote Jesuíta de'quien estaba solicitando el favor.
Cuando Monseñor José de Jesús Pimiento asistió a un festival de “gaseosas, empanadas chorizos y otras viandas”, organizado por una junta liderada por el padre Antonio Nieto Arias, aceptó de buen agrado aprovechar la visita para bendecir la primera piedra; y le preguntó al Párroco:
-¿Dónde es?
-Allá abajo, porque cambiaron el sitio - respondió el párroco.
El espacio quedaba al frente de la célula 13. Si un filósofo hubiera inspeccionado, habría gastado su tiempo reflexionando el límite entre el barro acuoso y el lodazal. El Arzobispo seguramente recordó el pasaje del Evangelio según San Mateo 14, 22-36: “Z)e madrugada, Jesús, caminando sobre las aguas del mar, se les acercó a sus discípulos.. .”; Monseñor era muy consciente de que la feligresía no estaba en condiciones de milagrosas caminadas sobre tierra enlagunada; por este sitio precisamente bajaron desenfrenados los materiales de los trinchos arrasados por la incontenible fuerza de la catastrófica
avalancha del año 65. Monseñor Pimiento le reclamó al doctor Ramón Correa, auditor del Instituto de Crédito Territorial:
— ¡Aquí no regalaron nada, doctor Ramón!
El prelado sabía de las instancias autorizadas para buscar el cambio del lote por otro en donde los feligreses no necesitaran embarcación para asistir a la liturgia. Y se recuperó el espacio inicialmente señalado, lo que naturalmente implicó el cambio de los planes ya trazados para la urbanización en acto; por esa razón en Villa Pilar no existe la célula cinco. En este espacio no había laguna, aunque no sobra mencionar el pesimismo de muchos parroquianos, pues, como acababan de construir los bloques para viviendas, los escombros y basuras estaban allí acumulados, trabajo de limpieza de la que fue actor y testigo don Pedro Antonio Ochoa como en otra parte lo hemos recordado.
De la página de los recuerdos jamás borraremos los “ires y venires” para contar con la propiedad del espacio. El Instituto de Crédito otorgó el terreno, pero ipso facto cayó la demanda: esta entidad legalmente no era competente para hacer esta clase de cesiones; fue menester reversar. El Instituto debía entregar el lote al Municipio y, luego, el Municipio adjudicarlo a la Arquidiócesis; fue una de las gestiones del padre Nieto Arias, acompañado con los miembros de la J"nta paso a paso siempre activa en el nacimiento de la Parroquia.
A la llegada del padre José Pablo Escobar, ya los papeles estaban completamente saneados; ahora, a buscar cómo lograr los planos. El nuevo administrador parroquial, con muchas relaciones, siempre ha sabido en dónde anida la garza. Seguramente estuvo por la Facultad de Arquitectura. Se nos escapa el nombre del profesor, pero sí tenemos al autor de la maqueta: Gonzalo Gallego González, delineante de arquitectura. Excelente trabajo y, según nos cuenta, lo preservó durante varios años hasta que otros intereses ocuparon su atención a tal punto que fotos y maqueta fueron finalmente cubiertos y embolatados entre la bruma del tiempo.
El padre Pedro Nel Alzate se posesionó para pastorear en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar. Y a continuar con capilla prestada para la celebración de los oficios litúrgicos. En la mente de algunos feligreses ya era familiar la historia de la presentación de María Santísima al Apóstol Santiago, cuando le pidió la construcción de una iglesia con altar en torno al pilar donde estaba ella de pie; hoy es el templo conocido como la gran Basílica Mayor de Zaragoza. Y para la iglesia nuestra había espacio; era necesario comenzar, y el padre Alzate contaba con excelente estado físico, todavía buenos hombros y fina espalda para echarse encima esa acción. Sólo tres millones ochenta mil pesos era la disponibilidad de presupuesto, según cuentas recibidas del padre José Pablo Escobar. Esa suma comenzó a disminuir con velocidad uniformemente acelerada: un megáfono de $55.700,00, necesario para invitar a los feligreses a la Liturgia, o al convite para principiar con el despeje y la limpieza del lugar.
Pero.. .¡un momentico, padre! En ese terreno sólo puede haber escobas y palas para recoger la basura; pero todavía nada de excavaciones; debe contarse con el permiso de Planeación...
Y sigue disminuyendo la cuenta: el impuesto en la oficina de Hilos y Niveles fue de $77.060. Por el estudio de suelos, $118.250,00; luego, pagar por aprobación de planos, $178.300.
¿Puedo empezar? -preguntó el padre en la oficina de
Planeación.
-Vamos a ver qué puede hacerse -le respondieron.
Al día siguiente, cuando abrieron la oficina mencionada, ya estaba a 1 a puerta e 1 padre Pedro Ne 1.
-¿Ya está listo el papel? ¿Puedo empezar? -preguntaba el padre.
-Vamos a ver qué se puede hacer-fue otra vez la respuesta.
Y al día siguiente...
Y al día siguiente...
Y...
El padre Pedro Nel había estudiado Moral en el Seminario; pero en esa asignatura, pasaron inadvertidos los delitos de concusión y de soborno, porque... los de cuello blanco, cuando se arriman al confesionario, jamás van arrepentidos por esta desviación. Y si el padre hubiera reflexionado en el país en que vivimos, tierra de concusionarios, no se le hubiera ocurrido pensar en el soborno y, en consecuencia, hubiera renunciado a tan fatigante espera.
A esa oficina llegaba, fiel al horario y allá se sentaba con paciencia a rezar el Breviario, a leer algunas lecciones de la Biblia o el periódico del día. Seguramente la señora, la de los tintos a los empleados de la oficina, se preguntaba por el extraño visitante de todos los días. Y el levita esperando el milagrito: que la anhelada aprobación saliera rápido para iniciar los trabajos de la construcción. El administrador de la Parroquia no desmayaba y escuchaba todos los días la misma respuesta: “Vamos a ver qué puede hacerse”. ¿Por qué al presbítero Alzate no le llegó a la mente pedirle con devoción el milagrito a la santísima Virgen del Pilar?.
Un día se le ocurrió al padre llevarles a los oficiosos funcionarios una botella del de consagrar. ¡Vino bendito! Hizo el milagro. Quizás los empleados fueron vencidos por la constancia del párroco que no había acatado “untarles la mano” para acelerar el permiso necesario. Debieron contentarse con lina botella de vino. Al día siguiente le tenían el documento para iniciar la construcción.
Seguro Nuestra Señora del Pilar le señaló a Alzate Giraldo la ruta de El Viejo Zacatín para ir a buscar los trabajadores que habrían de iniciar por lo menos el despeje del terreno. Fue don José Castillo el primer oficial mayor para encargarse, con otros trabajadores, de la limpieza del lote; esa primera labor costó $30.000. Los testigos de esa acción miraban incrédulos la cantidad de escombros y basura de toda clase acumulada precisamente en ese sitio ya destinado para la construcción del templo. Incrédulos trabajadores y observadores noveleros, atónitos observaban cómo ese lugar había sido utilizado como escombrera. Parecía como si no hubiera tierra firme; cavar y cavar fue tarea dispendiosa; dos metros de profundidad y continuaba el depósito de basura: retazos de tenis, hilachas de ropa vieja, residuos y desperdicios de diferente índole; tres metros de excavación y más escombros; cuatro metros y cavar y cavar y basura y basura, removiendo, removiendo, hasta que un día, así como Rodrigo de Triana feliz avistó la tierra de la Isla de Guanahani, uno de nuestros trabajadores también gritó jubiloso: “¡Tierra!, ¡tierra!”.
Un atranco inesperado
Después de hallar tierra fírme surgió otro encarte real. Al padre José Pablo le habían regalado unas enormes rocas que, a la hora de la verdad resultaron ser un gran estorbo; mucha dinamita hubiera sido necesaria para convertirlas en balasto. Fue necesario optar por el ejemplo de los “marinillos”. Según cuentan, los habitantes del municipio de Marinilla (Antioquia) en alguna ocasión estaban molestos por un terrero en el parque; se reunió el Concejo para tratar el asunto y al fin, hubo un acuerdo: cavar una fosa para echar la tierra. Aquí en Villa Pilar también toco abrir una enorme fosa para echar la piedra.
Pero había “tierra firme”; y así lo declaró el laboratorista al estudiar la resistencia del terreno; hubo vía libre para continuar los trabajos; empezamos a ver las columnas bien amarradas de una enorme canasta que daba la vuelta a todo el lote; ya las obras empezaban a mostrar cara, como para enfervorizar a los tibios.
Julio, agosto y septiembre, cada semana más o menos $ 100.000 (cien mil pesos) por concepto de pago a trabajadores; la columna del “Haber” sigue obedeciendo a la “Ley de la Gravedad”; la columna del “Debe” aún no se mueve, hasta que los feligreses vieron a los empleados de “hilos y niveles” y así empezó el optimismo acerca de la edificación del templo. No faltaron los opositores, pues, los vecinos dueños de vehículos ya habían dispuesto del terreno como parqueadero e inclusive lo habían cercado con guadua y alambre de púas; se enojaron con el sacerdote cuando éste empezó a disponer del espacio para acumular los materiales; el padre debió mostrarles a cada uno las escrituras para convencerlos de que este terreno era de la Arquidiócesis desde hacia muchos días y estaba destinado para la construcción del templo.
Finalmente los feligreses se comprometieron con los festivales y banquetes. El padre logró la participación de la Banda del Batallón para tres o cuatro festivales en un año.
Recordamos cómo, por concepto de un festival y la rifa de un televisor, entraron un poco más de $700.000 (setecientos mil pesos). No podemos callar los nombres de algunos donantes, principiando con un millón de pesos como aporte de la Arquidiócesis; la Vicaría de San Antonio cien mil pesos; del padre Femando Uribe y del padre Camilo Arbeláez, fueron $130,000 (ciento treinta mil pesos), en fin, la columna del “Debe” empezó a moverse y en mayo del 89, cuando se asentó el valioso aporte de “ADVENIAT” ($4.900.000- cuatro millones novecientos mil pesos) hubo un respiro, pues en saldo apenas había cuatro mil trescientos treinta y tres pesos. Y siguen las compras de hierro, arena, gravilla, puntilla, afirmado, herramienta y mucho más. Rifas, banquetes y... siguen las donaciones; en junio del año 90, otro aporte de ADVENIAT: tres millones novecientos sesenta y cuatro mil pesos. En la columna del “Debe” iban asentándose los pesos producidos por la venta de la infaltables empanadas, chorizos y chicharrones.
El revoque de la torre corrió por cuenta de los señores doctor Ramón Correa, Rodrigo Higuera Valencia y Alberto Rodríguez; cada uno aportó $200.000, además de la colaboración para las bancas.
A esta columna también llegó la donación de las familias que, según el número de metros cúbicos de sus viviendas, habían acordado para la construcción del templo.
Por supuesto, no faltaron las críticas por el diseño; hubo quien lo comparó con un grande cobertizo o galpón, o simplemente un garaje.
Muchos otros miran complacidos el pasado; recuerdan los trabajos hasta la una o dos de la mañana, con “Pollito asado” de refuerzo y uno que otro “guarito” en forma furtiva para resistir el frío de la media noche. Don Pedro Antonio Ochoa fue durante algún tiempo el oficial mayor en el levantamiento de columnas y paredes del templo; luego el piso, las escalas y hoy, como muchos otros trabajadores, con sonrisa de complacencia miran el pretérito del que pueden ufanarse seguros de que cuentan con la protección de Nuestra Señora del Pilar.

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