lunes, 26 de noviembre de 2018

Mi Reino no es de este mundo

«Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres Tú el Rey de los judíos?”. Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta o es que otros te lo han dicho de mí?” Pilato respondió: “¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuera entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí”. Entonces Pilato le dijo: “¿Luego Tú eres Rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”». Juan 18, 33-37

La Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que meditamos su vida, ministerio y predicación. Jesús es rey, pero no según los criterios del mundo, donde el gobernante solo busca su beneficio; Él es rey según el modelo de Dios, quien siendo todopoderoso nos amó hasta el extremo. Si bien esta fiesta fue instaurada por el papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, la Sagrada Escritura ya manifestaba la dignidad de nuestro Salvador. 

Cuando Jesús caminaba de ciudad en ciudad como peregrino, anunciando el Reino o reinado de Dios, nos enseñó en qué consiste la verdadera autoridad y realeza: el servicio y la creación de una cultura que apoye la vida, acoja al pecador y se oponga al pecado que oprime. Jesús no es el rey del mundo del miedo, la mentira, la violencia, el pecado o la corrupción; Él es el rey de la vida y la verdad, como le dijo a Pilato, y la verdad libera.

El Señor Jesús comenzó su vida pública anunciando el Reino de Dios: “El plazo está vencido, el Reino de Dios está cerca. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva” (Mt 1, 14). El reino de Jesús es espiritual, pero tiene repercusiones en la vida cotidiana; quienes se dejan gobernar por Él destierran de su vida la injusticia y el pecado, y dan lugar al amor y a la reconciliación. Esta es la misión que recibimos desde el Bautismo y que el Señor confió a sus seguidores: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer, se condenará” (Me 16, 15-16). Por el Bautismo fuimos configurados sacerdotes, profetas y reyes, no según los criterios del mundo, sino según el corazón de Dios. El libro del Apocalipsis (1, 6; 5, 10), por ejemplo, dice que por gracia del Señor fuimos constituidos reyes para gloria de Dios y servicio de los hermanos, siempre en comunidad.

Las bienaventuranzas son el reflejo del reinado de nuestro Señor, pues sintetizan su preocupación no por el dinero y el poder, sino por el servicio y el cuidado de los más desamparados. La misma identidad del reinado de Dios se encuentra en el pasaje de San Lucas 4,18, donde el Señor proclama que el Espíritu está sobre Él no para su vanagloria, sino para dar luz a los ciegos, libertad a los cautivos y consuelo a los tristes. Otro pasaje que da elementos para comprender el reinado del Señor Jesús es el lavatorio de los pies; en él, Jesús sirve a sus discípulos, pero San Pedro se opone porque conocía su dignidad real; aun así, el Señor le dice que el servicio es la identidad de los cristianos, que Él hace eso para dar ejemplo y que entre todos se sirvan sin hacer gala de honores y títulos. Podemos mencionar muchos pasajes que dan cuenta del tipo de reinado de nuestro Señor, como por ejemplo, su constante oración y servicio a los necesitados, lo que nos permite comprender que Él no está asociado a las esferas del poder del mundo,

¡Bendiciones para todos los lectores de MINUTOS DE AMOR!

que oprimen y crean injusticia, sino que está del lado de Dios, quien a todos nos creó como hijos amados, pero su máxima expresión de reinado y servicio está en la cruz, donde redimió a todos sin condición.

La Iglesia anticipa el Reino de Dios, pues se hace presente el mismo Jesucristo, quien transforma la vida de las personas con su Palabra, servicio y sacramentos.

La acción pastoral de la Iglesia es extensión del Reino de Dios y no anuncio de sí misma. Pertenecer al Reino de Dios es la más alta aspiración de todo ser humano, pero exige una serie de compromisos cotidianos que demuestren su voluntad de configurarse con Él.

Recordemos qué dijo el Señor: No todo el que diga: “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los Cielos, sino aquellos que escuchan y cumplen la Palabra.

Jesucristo es el Rey y la Iglesia es la manifestación de su reinado, pero cada uno de nosotros tiene que esforzarse por ser su siervo con la mayor perfección, voluntad y corazón. Tengamos en cuenta que el Señor no es un rey justiciero que nos oprime o no nos deja libertad; Él es un rey que confía en nosotros y que nos da libertad para que entreguemos los frutos de nuestro trabajo. En la parábola de los talentos, el Señor Jesús nos enseña que a cada uno de nosotros se nos fue confiado un tesoro que debemos administrar, de manera que cuando Él regrese le entreguemos lo que le pertenece más los frutos; sin embargo, el texto también presenta el caso de tantos hermanos que recibieron dones de Dios pero por miedo, desánimo o falta de esfuerzo, no hicieron nada con ellos. El Señor premió a los que se esforzaron e hizo a un lado al siervo inútil. Así es el Reino de Dios: todos tenemos responsabilidad en su construcción, pero solo hasta el último día el Señor nos pedirá cuentas: ¿qué le vamos a entregar? Él nos llama a dar fruto y a trabajar por su reino donde quiera que nos encontremos, especialmente con nuestra familia.

Hermanos, está cerca el final del año litúrgico, pensemos qué estamos haciendo bien y qué no, pues puede que estemos creando barreras para que Jesús reine en nuestra vida; de igual forma, esforcémonos por ser comunicadores del reinado divino, que como ya dijimos, no es desde el poder y la prepotencia, sino desde el silencio, el servicio y el perdón. Aprendamos de la Virgen María, quien escuchó al Rey de reyes y Señor de señores, lo siguió y entregó todo su Ser al cumplimiento de la Divina Voluntad.

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