jueves, 29 de noviembre de 2018

Historia de la medalla, significado y devoción

Quienquiera que seas, tienes un lugar en la casa de Dios: tienes a María para escuchar, santos para imitar y la Iglesia para vivir

Hermanos, el 27 y 28 de noviembre, la liturgia nos permite conmemorar a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa y a Santa Catalina Labouré, su vidente en 1830, por lo que resulta una oportunidad para renovar nuestro amor a la Virgen María y, a través de Ella, a nuestro Señor. Estas páginas las dedicaremos a la medalla que la Madre de Dios reveló a Santa Catalina, su significado, mensaje y las promesas para quien la porte.

Los cristianos somos hijos de María, por eso llevamos su imagen en estampas, camándulas y medallas, entre otros, con tal de sentir cerca su amor y protección. Llevar una medalla, por ejemplo, no es signo de superstición, sino manifestación de fe y amor a la Santísima Virgen. El Concilio de Trento, en 1563, enseñó que el uso de los artículos religiosos y la veneración de imágenes no significa que creamos en el poder de ellas por sí mismas, sino que el honor se rinde a quien representan, en este caso a nuestra Madre del Cielo. La Iglesia bendice estos objetos para recordarnos que son manifestación del amor divino y para acrecentar nuestra confianza mariana. 

La Medalla Milagrosa tiene cuatro especialidades únicas:

1. Fue diseñada por la Santísima Virgen María en cada uno de sus detalles: forma ovalada, la invocación y los símbolos.

2. María enseña que su sentido se refiere a su Inmaculada Concepción, a su cooperación en la obra de su adorado Hijo y a su maternidad universal.

3. La Virgen enseña la manera correcta de portarla: En el cuello, con confianza, para recibir las gracias del Señor.

4. Finalidad de la Medalla: recibir grandes gracias, para así recordar la misericordia de Dios y la primacía de la vida espiritual. Dios es quien realiza los milagros, pero se vale de objetos sagrados para ello; por tanto, la invitación de la medalla es a confiar en Dios a través de la Santísima Virgen María. ¡Pidamos a Ella por nuestras necesidades!

Después de recibir el mandato de la Santísima Virgen María de acuñar la medalla revelada, Santa Catalina comunicó el mensaje al padre Aladel, su confesor. Él, en un primer momento, no prestó mucha atención a las palabras de la religiosa, pero, al ver su insistencia, habló con el Arzobispo de París, Monseñor de Quélen, quien no vio problema en hacer acuñar la medalla. Las primeras medallas estuvieron listas en junio de 1832, justo cuando en París una terrible epidemia 

de cólera ya había cobrado la vida de 20.000 personas. La obra del Señor no se hizo esperar y quienes portaban la medalla eran sanados y se obraban muchas conversiones. El reconocimiento oficial de las apariciones de Nuestra Señora se logró por las obras realizadas a través de la Medalla Milagrosa, pues eran tantos los signos que no podía ignorarse. Pero fue hasta 1894 que el Papa León XIII aprobó la liturgia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa; él mismo, tres años después, en 1897, coronó la estatua de Nuestra Señora.

Encontramos algunos testimonios del amor de la Medalla Milagrosa en la vida del Papa Gregorio XVI, quien tenía una Medalla en la cabecera de su cama; también en la vida del padre Perboyre, lazarista y mártir en China, quien distribuyó cientos de medallas y a ellas atribuyó innumerables conversiones. San Juan María Vianney, más conocido como el “Cura de Ars”, fue el apóstol entusiasta de la Medalla. Por último, es necesario recordar que San Maximiliano María Kolbe, quien fue martirizado en los campos de concentración nazis, fundó en 1917 la “Milicia de María Inmaculada”, consagrada al patrocinio de la Virgen de la Medalla Milagrosa.


Las palabras y dibujos grabados en la medalla expresan un triple mensaje:

¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti! 

Esta expresión revela explícitamente el privilegio con que fue glorificada la Madre de Dios. Primero, es salvada con anticipación por su maternidad divina. Sus pies reposan sobre medio globo y aplastan la cabeza de la serpiente. El medio globo es la tierra, el mundo; la serpiente, para los judíos y los cristianos, personifica a Satán y las fuerzas del mal. La Virgen es la Mujer “revestida de sol y coronada con estrellas” y representa el combate espiritual que todos enfrentamos con miras a la conversión.

Las manos de la Santísima Virgen están abiertas y sus dedos son adornados con anillos y piedras preciosas que despiden rayos que caen sobre la tierra. Los anillos se refieren a la fidelidad de la Virgen hacia el Creador y hacia sus hijos; los rayos de gracia se refieren a la eficacia de su intervención y la victoria final de la luz.

La Medalla presenta también la letra “M”, coronada por una cruz. La “M” es la inicial de María y la cruz es la memoria de su adorado Hijo, el Redentor; de esta manera, la Virgen está asociada a Cristo y a su misión, por lo que su papel no terminó al dar a luz al Mesías, sino que se prolonga en la vida de la Iglesia. Debajo aparecen dos corazones inflamados de amor, son los de Jesús y María. El corazón con espinas es el del Señor Jesús, y el atravesado por una espada es el Inmaculado Corazón de María. La proximidad de los corazones es signo de la intimidad de la Madre con el Señor y sus sentimientos de misericordia. Las doce estrellas que están grabadas a su alrededor representan a los apóstoles y a la Iglesia, luz del mundo; así, la Medalla nos invita a ser coherentes con nuestra fe y testigos en medio de las situaciones oscuras de la realidad.

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