jueves, 25 de octubre de 2018

Señor, que no seamos sordos a tu voz


El domingo es el día en que recordamos por excelencia la Resurrección del Señor; por esto, la Eucaristía debe ser el centro de la celebración de nuestra fe. Cada celebración debe “resucitamos”, es decir, no debemos salir indiferentes. No vayamos a la Eucaristía por el sacerdote, sino porque Dios nos espera; es una cita con Él. En la primera lectura, el profeta Ezequiel emplea una imagen elocuente: “centinela”. Sabemos que un centinela es un guardia o vigía; por eso, una de las tareas de los creyentes es cuidar de la misma Palabra de Dios y defenderla de todos los ataques a la que está expuesta. El profeta nos invita a transmitir la Palabra con fidelidad; de esta manera la protegemos y ayudamos a otros a ser fuertes ante las adversidades. Una actitud del centinela es saber escuchar las indicaciones de sus jefes; el salmo hoy nos ha llevado a decir: “Ojala escuchemos hoy la voz del Señor”. Él nos dice que “no endurezcamos el corazón” y por eso debemos estar prestos y vigilantes a lo que Él nos pide. Hagamos de este Salmo un verdadero ejercicio de confianza en el Señor y en nuestra misión de ser verdaderos centinelas, custodios de la fe personal y la de los demás. En la segunda lectura, el apóstol San Pablo nos pide amar a la manera de Dios y ese amor implica no hacer daño; 

quien verdaderamente ama, busca siempre el bien. No nos dojemos engañar, no confundamos el amor con otras cosas. El mismo apóstol nos dice que el amor es “sincero, no busca el mal, no lleva cuenta de los delitos, es comprensivo, servicial, no es egoísta”. Quien cumple su misión de centinela y ama a la manera de Jesús, es capaz de entender la debilidad de los seres humanos. Jesús nos enseña a saber actuar con misericordia (recordemos que el año de la misericordia ya pasó, pero la misericordia del Señor continúa). La corrección fraterna es muy importante; en algunas ocasiones una persona puede cambiar más fácil si la llamamos aparte y le hacemos ver las cosas malas que si la dejamos en ridículo ante los demás. Primero oremos por esa persona y pidámosle a Dios la sabiduría y ternura de su amor para aconsejarla. Este el primer paso: ir a la persona y demostrarle que es importante, que puede mejorar.

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