lunes, 21 de enero de 2019

SAN SEVERINO ABAD

(+482) 

Martes 

Tenía el don de profecía y de consejo, dos preciosos tesoros que el Espíritu Santo da a quienes le piden con mucha fe. Nació probablemente en Roma (Italia), pero se desconoce la fecha de su nacimiento. A nadie le decía que era romano ni que provenía de una familia noble y rica. También decía: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz, pero para los que hacen el mal, tristeza y castigos vendrán” (Rm 2, 10). Anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”, pues todo pecado trae castigos que son consecuencias del mal obrar. Este santo era muy inclinado a vivir retirado y en oración; por eso, durante 30 años, fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del Cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir, recorría las inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves. Reunía multitudes y al predicar la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre, despertaba en sus oyentes gran confianza en Dios y un serio temor de ofenderlo. Vestía siempre una túnica desgastada y vieja, era respetado por cristianos y bárbaros, por pobres y ricos, pues todos lo consideraban en vida un verdadero santo. En la Solemnidad de la Epifanía, al sentir que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios, respeten mucho los derechos de los demás, ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar en todo lo posible a los monasterios y a los templos”. Sus últimas palabras fueron las del salmo 150: “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”. Murió en el año 482.

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