Los tiempos que vivimos están marcados por dos corrientes que se implican la una a la otra, aunque fueron concebidas en épocas totalmente distintas: el posmodernismo y el relativismo. El primero es un movimiento artístico, cultural, literario y filosófico que surgió a mediados del siglo XX y que declara, entre otras cosas, el desencanto social, político y científico, con lo cual cuestiona la idea de verdad y progreso. Al segundo se le ve como una corriente de pensamiento que nació con los sofistas, pero que cobró mayor sentido en el siglo XX de la mano del posmodernismo. El relativismo afirma que no existe una única verdad, sino que considera que existen tantas verdades como sujetos.
Sin embargo, para los creyentes la verdad no es una ideología o una simple afirmación filosófica; la verdad es una Persona y en Ella reposan dos naturalezas, la humana y la divina. Esto nos lleva a pensar que no creemos por imposición, sino por convicción, dado que las dos naturalezas convergen para dar a luz a quien es la Verdad. Esto mismo se puede entender a través de la realidad contenida en el ser humano, porque decimos que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu, y las tres realidades están presentes en la persona y son indivisibles.
La Santísima Virgen Maria es la depositaría de esta Gracia porque desde la eternidad fue elegida no solo para gestar en su vientre la humanidad del Salvador, sino también para contener en su seno al que es imposible de abarcar porque viene de lo alto y es el Hijo predilecto de Dios. Al decir que Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre, afirmamos paralelamente que la Virgen Maria no solo es Madre del hombre, sino de Dios, porque las dos naturalezas son en la misma persona y no admiten división alguna. Por eso, quien se niega a aceptar la divinidad de Jesús, niega a su vez que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.
Todo lo aquí tratado nos remite a Nestorio, Patriarca de Constantinopla, que en el siglo V declaro heréticamente que Jesús nació de la Virgen María, solo como hombre, para luego recibir la filiación divina. Esto llevó a que en el año 431 el Concilio de Éfeso declarara:
"Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola Persona, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. María no es solo Madre de la naturaleza, del cuerpo, pero también de la Persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios’’.
Al declarar una verdad de fe (dogma), todo concilio se fundamenta en la efusión del Espíritu de Dios que revela e inspira al magisterio de la Iglesia, para que, sustentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, exponga de manera clara lo que ha definido como verdad revelada; no obstante, y en la particularidad de los casos, la Iglesia se reúne para contrarrestar los errores que no dejan de suscitarse, para fortalecimiento de sí misma y para enriquecimiento del que cree. Sin embargo, son muchos los pronunciamientos contrarios que el dogma de la maternidad divina de la Virqen María suscita aún hov, pero ¿cómo negar dicha verdad cuando la Sagrada concisa?
San Lucas, en el relato de la Anunciación, nos dice: —«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo... El Espíritu Santo vendrá sobre Ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios»—. (Le 1, 28 - 35).
El texto deja ver que la Virgen María concibe por obra del Espíritu Santo, es decir, la humanidad de Jesús viene dada por la humanidad de la Virgen y su Divinidad por acción del Espíritu de Dios. Ahora bien, San Lucas escribe que el ángel le dice a María que el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios, afirmación que nos confirma que la Santísima Virgen María no solo es madre del hombre, sino también Madre de Dios, porque las dos naturalezas reposan en la misma persona.
Además, para la Iglesia, y según lo afirmado por San Juan Pablo II, asumiendo como suyas las palabras de San Juan Damasceno, María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de salvación. Es un hecho que, mientras se acercaba la “plenitud de los tiempos”, o sea el acontecimiento salvífico del Emmanuel, la que había sido destinada desde la eternidad para ser su Madre ya existía en la tierra. (RM 3)